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Soltando lastre

  • Foto del escritor: Marietta Ruston
    Marietta Ruston
  • 25 nov 2020
  • 3 Min. de lectura

Cada día me cuesta más salir de la cama. Al principio lo asociaba con la bajada de temperaturas, que hace que a uno al sacar la punta del dedo gordo del pie se le congele en cuestión de segundos y se enrolle aún más en su cálida protección, tapándose incluso, esta vez, hasta las orejas. Pero como he dicho, eso era al principio y posiblemente así lo fuera. Sin embargo, ahora creo que lo que realmente me frena de pegar un salto y salir de ella, cosa que tampoco he hecho nunca, es la asfixiante sensación de que cuando ponga un pie en el mundo real éste seguirá tan impasible como siempre y no habrá nada en él ni en la gente que lo forma que haya cambiado. Si es cierto que el mundo ha cambiado a lo largo de los años y que hemos evolucionado, gracias a “dióh” ya no vamos en taparrabos por ahí ni comemos carne cruda; bueno, esto último supongo que depende de los gustos de cada uno. Pero aún así hay cosas inherentes a la naturaleza humana y una de ellas es su egoísmo. Todos somos en mayor o menor medida egoístas, eso está claro, si no lo fuéramos nuestra supervivencia habría estado condenada desde sus inicios. Pero como todo, hay un límite. Cuando tú estas dando la mano y te están cogiendo el brazo, de manera sistemática, algo falla y por desgracia eso es más común de lo que debería. Y si algo ha sacado a relucir esta pandemia que estamos viviendo es el egoísmo. A muchos se les llenó la boca con el mantra: “ Saldremos más reforzados”, menuda gilipollez. Por cada persona que hace las cosas bien hay tres a quienes se la suda, básicamente porque no quieren renunciar a su vida de antes ni por ellos mismos ni por nadie, y en la mayoría de los casos no es porque tengan una visión distorsionada de la realidad sino porque sus necesidades, sean realmente necesidades o simples caprichos, tienen más peso que la razón o el bien común. Por lo tanto, ¿qué sentido tiene que yo haga el esfuerzo de vencer al frío cortante de la mañana y enfrentarme a ésta clase de gente? Posiblemente, ninguno. Yo me sacrifico, dentro de mi humano egoísmo, todo lo que puedo y hago de mis días más monótonos y aburridos, mientras un grupo de desalmados y descerebrados siguen tan panchos con sus vidas. Lo único que me contenta y me da algo de energía es saber que al menos estoy siendo consecuente con la gravedad del momento, que no estoy pensando sólo en mí o en la gente en la que quiero, sino en la gente que ni siquiera conozco, y que también estoy siendo consecuente con mi forma de pensar y de ver el mundo. Por más rabia que me dé que exista gente que no ve más allá de un palmo de distancia, lo cierto es que hay que vivir con ello, no se les puede abrir la cabeza para reprogramarles; cada uno tiene que hacer lo máximo que este en su mano sin sentirse asqueado y sin dejar flaquear sus fuerzas ante la premisa que muchos borregos repiten: “Si todo el mundo lo hace, yo también”. Marcar la diferencia es lo que hace que levantarse cada día tenga sentido, que no perdamos la fe en la humanidad, que la sociedad avance y haya conseguido avanzar hasta nuestros días, que no se pierda la esperanza de un mundo mejor y que podamos salir de esta pandemia de la mejor forma posible. Después de haber soltado lastre y de ver la cosas más claras, mañana seré capaz de enfrentarme a la realidad un poco más consciente de que el papel que desempeño en esta vida, por minúsculo e insignificante que resulte desde una visión general, al menos tiene un propósito y que el valor de éste sólo lo decido yo porque, al fin y al cabo, somos nosotros quienes elegimos en base a que valores queremos vivir. M.R.

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