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La decisión correcta

  • Foto del escritor: Marietta Ruston
    Marietta Ruston
  • 2 dic 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 23 feb 2022

La mente exhausta y el cuerpo dolorido. Más allá no sentía nada, ni amor ni tristeza, era incapaz. Había dado tanto a cambio de tan poco que se había vaciado y ahora yacía sin fuerzas en la cama, en la misma posición en la que le vio marchar. Desconocía el tiempo que llevaba así, mirando la puerta de la habitación sin llegar a verla.

Había alzado su voz por última vez para ponerle palabras a sus sentimientos, a su presencia, a su sexo, a su vida, a todas las cosas que él dejaba siempre a un lado para imponer las suyas, pero como de costumbre siguió sin entenderla. Era incapaz de ver más allá de sí mismo, su egoísmo le envolvía como si de una niebla se tratara, negándole la existencia de una realidad en la que pudieran vivir otras personas.

Como era de esperar estalló, se sintió atacado, e hizo lo que siempre hacía: usar palabras como puñales. Pero esta vez no la hicieron sangrar. Tenía tantas heridas sin cerrar que ya hacía tiempo que se había desangrado. Tampoco se sentía indefensa ni tenía miedo, simplemente estaba agotada. Así que cuando terminó su perorata lo único que fue capaz de articular fue: “ Se acabó.” A lo cual él contestó, haciendo gala de su habitual orgullo: “Vale, como quieras.” Y salió por la puerta.

Se levantó, por fin, y fue hacía la cocina, se hizo un café, y se sumió en sus pensamientos, llegando a la conclusión de que a veces querer no es suficiente y que el amor no era algo egoísta porque, en ese caso, las relaciones no serían más que un contrato con las cláusulas equivocadas.



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